Las 7 Tribus
Es mi sueño, de ancestros, y tal vez el tuyo,
un latir compartido en corazones puros.Se gesta en la noche, en ecos que soñamos,
brilla en las estrellas, por miradas que llamamos.Lo cantan las aves, lo danzan los astros,
secretos de elementos, testigos del rastro.Es milagro del cielo, es fuerza del humano,
corazones unidos, hilando un mundo sano.Un acto de amor, en el pulso del todo,
un tapiz de luz, de un sueño puro.(soñador anónimo@)
Anoche tuve un sueño. Primero fue un murmullo, como si la brisa llevara voces antiguas entre las hojas. Poco a poco, la penumbra se volvió más clara, y sentí que mis pasos me internaban en un espacio sin tiempo.
De pronto me vi dentro de la naturaleza, rodeado de un respiro verde y profundo. Frente a mí se alzaban edificios circulares, vibrando con colores vivos, con formas que parecían crecer como flores abiertas. Todo estaba lleno de vida y alegría.
Era una ciudadela como jamás había visto antes, luminosa y armónica, un pueblo que parecía surgir de “otro planeta”, aunque al mismo tiempo me resultaba extrañamente familiar, como si lo hubiera recordado en vez de descubrirlo.
Desde la distancia, una voz amiga, que parecía surgir desde lo más profundo, me explicaba:
En este mundo, las ciudades, por su naturaleza evolutiva, se llaman “Corazones”, cuyo nombre se adapta según la lengua en la que se pronuncie; no son ciudades, sino Corazones. Cada una tiene un estilo propio, encardinadas en una locación geográfica específica y de acuerdo al espíritu de los corazones que la crean y la habitan. Estos corazones “bautizan” cada ciudad Corazón con un nombre que transmita la belleza del entorno, su riqueza, y el sentimiento de sus habitantes. El nombre es evolutivo, vivo, mórfico. Existen muchas ciudades, algunas en las costas, otras en los bosques entre montañas, otras en el desierto y en medio de lagos. Algunas en el mar y bajo él. Todas con un sentimiento y corazón, un latido conjunto.
Un Corazón se conforma por una ciudadela interna, que sirve de conexión entre otras 6 externas. Cada una de ellas es el complemento de todo el conjunto. Así mismo, cada ciudadela es rodeada por asentamientos de menor tamaño, mismos que son nutridos energéticamente por la ciudadela a la que pertenecen. En el espacio entre la ciudadela y los asentamientos externos hay extensiones del ecosistema y relieve propio del lugar (selva, desierto, montaña, playa, mar), depende del tamaño y visión de cada una. Los asentamientos de las ciudadelas se ubican en relieves distintos, unos en las colinas, otros a la orilla del mar; todos ellos colocados a distancias proporcionales uno del otro. Así mismo, el medio de transporte y comunicación, o las avenidas principales que conectan las 7 ciudades dependen de las particularidades de cada sitio.
Ahora nos encontramos en un Corazón que descansa cerca de las aguas sagradas del mar, un lugar donde la vida palpita con calma y profundidad, aunque muchos otros Corazones laten simultáneamente alrededor del mundo, cada uno con su propia melodía. Este Corazón se asienta en el abrazo de la selva, coexistiendo en perfecta armonía con cada árbol, hoja y criatura que lo habita.
El sistema de transporte se eleva sobre la copa de los árboles, como trenes suspendidos en un susurro de luz y viento. Su diseño aerodinámico los hace flotar con gracia, casi sin tocar el aire, y el leve sonido que emiten recuerda al canto de un cuenco tibetano: una vibración que calma y centra a quienes la escuchan. No hay estridencia ni ruido perturbador; solo una música sutil que acompaña el recorrido y armoniza con el murmullo de la selva.
Estos trenes viajan gracias a un mecanismo de gravedad controlada, que los mantiene estables y ligeros, como si desafiaran la fuerza misma de la tierra mientras se integran en su ritmo. Cada trayecto se convierte en un momento de contemplación, un instante para sentir la conexión entre tecnología, naturaleza y espíritu; un recordatorio de que incluso los avances más extraordinarios pueden danzar con suavidad dentro del tejido de la vida. Aquí, desplazarse no es solo un viaje físico, sino un paseo consciente por el corazón del mundo, un paso más en el sueño de coexistir en plenitud.
Por debajo, en tierra firme, hay senderos para caminar o correr, al igual que unas ciclovías y carriles con tecnología similar a la de los trenes. No hay vehículos como se conocen ahora; no es necesario el uso de combustibles. La mayoría de habitantes utilizan los trenes ligeros para trasladarse por distancias largas de forma rápida. Las distancias cortas son recorridas en bicicletas mecánicas y automóviles compactos con una forma capsular, mismos que utilizan un motor silencioso que obtiene energía del campo cuántico del vacío. Aquí la gente se da el tiempo para caminar sin prisa; de escuchar y de sentir la tierra. Bienvenido al eterno y feliz presente.
Los diseños de los edificios y de las ciudades destacan particularmente por su naturaleza arquitectónica. Para que aquellos que no son de aquí puedan imaginarlo hay que mirar la naturaleza, las raíces de un árbol viejo, observar la belleza y sencillez de una flor y su perfecto diseño, la manera en cómo vuela un colibrí; ver un caracol y una colonia de abejas, una tela de araña. Las proporciones armónicas permean todo en los Corazones. Tanto en las ciudadelas como en los asentamientos, en los diseños constructivos se emplean patrones geométricos basados en la naturaleza del espacio-tiempo. Los diseños van desde los más simples y minimalistas hasta los más complejos y fascinantes.
Es posible ver todo el planeta lleno de armonía, todo el planeta vivo y vibrante; un verdadero paraíso. Este paraíso proviene de otra dimensión, como si todo hubiese evolucionado; un lugar en el que los mismos seres que la habitaban coexisten de tal modo que algunos simplemente eligen ser luz.
Recuerda que es sólo un sueño. Si te cuesta creerlo entonces imagínalo como un cuento. Sé que es posible pero requiero de ti, con que lo sueñes basta. Como un niño que sabe que el cuento es fantasía, pero desde lo más profundo de sí sabe que es verdad, porque lo puede sentir y vivenciar.
Cada ciudad Corazón es interdependiente de cada una. A todas las une el mismo sentimiento y sueño y todas entre sí tienen una colaboración, enriquecimiento, intercambio, comercio y hermandad. Están formadas con habitantes que llegaron de todos lados, de distintos colores y expresiones, todos como uno para crear un nuevo pueblo.
El lugar ideal para el asentamiento de estas ciudades no se elige al azar: surge donde confluyen dones esenciales de la Tierra. Allí donde el agua brota pura, en manantiales y ríos cristalinos, donde los lagos reflejan los cielos y los mantos ocultos yacen en lo profundo. Allí donde la belleza natural del entorno convive con un clima generoso, a veces templado, a veces vibrante, según la danza de la latitud y la altitud.
En el corazón de un valle o en la serenidad de una meseta se alza la Ciudadela Principal, como centro de equilibrio. A su alrededor se despliegan los asentamientos de las tribus: las primeras tres en tierras bajas, cercanas al pulso fértil de la tierra; las últimas tres en las alturas, respirando más cerca de las estrellas.
Cada tribu se asienta según la sabiduría de su elemento. La tribu de la Tierra, guardiana de la bienvenida, florece en suelos aptos para el cultivo. La del Agua se recuesta junto a grandes lagos y ríos que cantan sus secretos. La del Fuego habita espacios sagrados diseñados para la ceremonia. La de la Luz erige su observatorio en un lugar aislado, de senderos intrincados que conducen al misterio. La del Sonido vibra en un valle protegido por el silencio natural. Y la del Silencio, como corona, se alza en colinas, montañas o templos que rozan el cielo.
Todas ellas se disponen a distancias proporcionales, conectadas como las notas de una melodía, y resguardadas lo suficiente de las ciudades humanas actuales, para permanecer intactas en su propósito y abiertas al llamado del futuro.
El sistema básico de las ciudades corazón es un reflejo de la primera ciudad que habitamos, nuestro cuerpo. Los habitantes son capaces de percibir sus cuerpos más allá de la materia; pueden percibir 7 centros o vórtices que constituyen sus cuerpos energéticos, aquellos que fluyen con la energía del vacío. De esa misma forma, las ciudades corazón se fractalizan de manera hermosa y perfecta en 7 centros de comunión y función social, los cuales son las ciudadelas. El diseño surge de la forma natural de la vida misma, como una flor, como un espiral, un toroide, un mandala, un disco que gira.
Comprendí que esta sabiduría ha estado siempre ahí, dentro de nosotros, en nuestros mismos recuerdos. Todo tenía sentido; todo era uno y uno era todo; todos somos uno, uno somos todos. Cuando estas palabras surgieron en cada centro de mi propio cuerpo, la voz de la eternidad se dirigió a mí en un todo dulce y compasivo:
Para los habitantes de las Ciudades Corazón, la vida consciente es el tesoro más luminoso que se conoce en todo el Universo. Nada la supera, pues en ella habita la memoria de los seres pasados y el porvenir de los seres futuros.
Las guerras externas quedaron atrás como sombras antiguas. Hoy, la mayor travesía que se libra es hacia dentro: una exploración sagrada donde las espadas se han vuelto espejos y los campos de combate, jardines interiores. Ninguna sociedad busca ya extinguir a otra; todas saben que el verdadero triunfo es el florecimiento compartido.
Así, cada habitante es invitado a atender su propia guerra secreta, a templar el cuerpo y el espíritu hasta alcanzar una impecabilidad radiante. De esa labor íntima brota una transformación florida, como un árbol que abre sus ramas para ofrecer frutos de paz.
El tejido socioeconómico de cada Corazón late con solidez y equilibrio, como un pulso vivo que mantiene a la ciudadela en prosperidad. Cada asentamiento es un generador de riqueza y recursos, no para sí mismo, sino como una nota distinta y única que se ofrece en la gran sinfonía de todos los Corazones unidos.
Dos corrientes sostienen el cauce de la moneda. Una es digital: un río invisible que fluye a través de ordenadores cuánticos y códigos descentralizados, confiando en la honestidad de quienes lo usan. La otra es física: hecha de oro y plata, de piedras luminosas y semillas sagradas como cacao o nueces. Esta última circula en trueques, ofrendas y ornamentos, recordando la singularidad de cada territorio. Una conecta a los Corazones del mundo; la otra honra la raíz de cada región.
En estas ciudades, las necesidades básicas de cada habitante son sostenidas por un sistema energético y comunitario que asegura la abundancia compartida. Así, el valor de las divisas queda reservado para lo sublime: el arte, los viajes, las ceremonias y la creación de nuevas formas de belleza.
La tecnología, la medicina, el transporte y la comunicación han alcanzado un grado tal de perfección y accesibilidad que toda jerarquía se disuelve. Lo mejor está disponible para todos, sin excepción: el conocimiento, como el sol, alumbra por igual cada rostro.
LAS TRIBUS

Cada tribu se distingue por un color, y no es que se vistan sólo de ese color sino que es la manera de identificar a la tribu a la que cada habitante se siente perteneciente. Cada quien es libre de vestirse como más lo desee, utilizando las telas, diseños y materiales que sienta en su corazón. Se invita a la utilización de productos naturales y orgánicos. Los únicos que visten de blanco en todo momento son aquellos que viven en la tribu del Silencio.
Las tribus son siete ramas que brotan de un mismo Corazón. Cada una guarda un centro, un templo vivo donde resuena la esencia de su elemento. Los huéspedes que llegan a los hostales son recibidos con alegría y pueden acercarse a la tribu con la que su alma se sienta más afín, compartiendo sus tareas, sus cantos y sus silencios.
Quienes visitan la granja comienzan su recorrido en la Tribu Tierra, pues ella abre el camino y da la bienvenida. La estancia en cada tribu se mide en ciclos lunares: dos lunas completas acompañan al viajero antes de que pueda pasar a la siguiente. Y si el rumbo lo llama a partir antes de terminar, el camino queda abierto para regresar y continuar desde donde quedó, como quien retoma un sueño interrumpido.
Aquí se honra todo sistema de creencias, porque cada corazón guarda su propio templo interior. Se alienta a escuchar a ese ser eterno que habita dentro, aquel que ríe como un niño y mira como un anciano lleno de luz; ese infinito que se reviste de nuestras pieles y se asoma por nuestras pupilas.
Nadie impone un modo de comer ni de vivir: se invita, simplemente, a que todo acto sea consciente. Cada alimento se recibe como regalo del planeta y de los seres que lo habitan; cada respiración recuerda que los elementos sostienen nuestra vida. Y así, entre tribus y viajeros, se cultiva el vínculo más fuerte: la bondad y el amor que nos reúnen como una sola familia en expansión.
Los habitantes de cada Corazón sienten que todo está conectado, que somos uno, y con ese cuidado, que ya no sabe de separación, todos se ven a sí mismos como familia. No hay más enemigos. Este es un sueño sin lucha en el que todos tienen las mismas oportunidades para amar y ser amados; para comenzar de nuevo.
Al completar el ciclo solar (dos ciclos lunares en cada una de las primeras 6 tribus) se les considera ciudadanos de la ciudad Corazón. Son bienvenidos oficialmente en una ceremonia de magia y celebración y tienen la oportunidad de un espacio y los recursos para construir su casa siguiendo el diseño que su corazón les diga y el de la ciudad Corazón. Los nuevos habitantes toman una responsabilidad en la tribu que su corazón elija.
En su momento, los caminantes podrán seguir su camino por las diversas tribus, explorando no solo cada tribu sino también los continentes de nuestro amado planeta, llevando consigo las semillas de la conciencia y la cooperación. Cada tránsito se convierte en un viaje interior y exterior: aprender, aportar, recibir y dejar que la vida fluya en comunión con cada elemento y cada corazón que encuentren en el camino.
El sistema de Hostales-Granja es el corazón de esta experiencia. Cada hostal funciona como un hogar abierto y seguro, conectado a una granja viva donde los alimentos, las plantas medicinales y las flores crecen en armonía con el entorno. Cada habitación y espacio común es también un espacio de aprendizaje y contemplación, donde se combinan los talleres, los rituales, las artes y el cuidado de la naturaleza.
Los visitantes participan activamente en las tareas de cada tribu: trabajan la tierra, cuidan el agua, cultivan el fuego del hogar, afinan el sonido del mundo y aprenden a encender su propia luz. Así, cada hostal se convierte en un nodo de vida y energía que nutre la ciudad Corazón y a los viajeros que lo habitan.
El modelo es replicable en cualquier parte del mundo: desde las montañas hasta la costa, desde los bosques hasta los desiertos. Cada Hostal-Granja se adapta a su ecosistema, respetando la geografía, el clima y la cultura local, pero manteniendo los principios de comunidad, colaboración, sostenibilidad y aprendizaje compartido.
A través de este sistema, se siembran los cimientos de una verdadera fraternidad de ciudadelas: una red de hogares conscientes y granjas vivas, interconectadas por la cooperación, el respeto por la naturaleza y la búsqueda de la vida plena. Cada caminante que participa en este viaje se convierte en un sembrador de consciencia, llevando las semillas de este sueño hacia todos los rincones del planeta, recordándonos que la unidad y la armonía no son utopía, sino práctica viva.
Junto a los Hostales-Granja, se encuentra la Universidad de la Vida y la Conciencia, un espacio donde aprender y vivir se vuelve inseparable. Aquí, cada aprendiz diseña su propio camino, alternando entre talleres, ceremonias y experiencias directas en las tribus. Los conocimientos se ofrecen como semillas: permacultura, música, medicina natural, astronomía y filosofía de la conciencia se integran con la vida cotidiana, conectando mente, cuerpo, corazón y entorno.
La Universidad es un nodo global: se vincula con otros Corazones, compartiendo recursos, proyectos y sabiduría. Los estudiantes aplican lo aprendido en la comunidad, contribuyendo a la sostenibilidad, la creatividad y el bienestar compartido. Cada ciclo de aprendizaje deja no solo conocimientos, sino la integración de la vida consciente en cada acción. Así, la Universidad de la Vida y la Conciencia, junto a los Hostales-Granja, convierte a cada Corazón en un semillero de conciencia y abundancia que puede replicarse en cualquier lugar del planeta.
Antes de comenzar su nueva vida en la tribu que su corazón elija, los nuevos ciudadanos pasan un ciclo lunar en la tribu del Silencio. Allí, envueltos en quietud y escucha, aprenden a percibir la filosofía de la Ciudad Corazón desde el interior, absorbiendo sus valores, su ritmo y su armonía. Es un tiempo de preparación, de encuentro con uno mismo, de descubrimiento del ser que habita en cada corazón. Al finalizar este ciclo, cada caminante recibe la claridad y la oportunidad de decidir: integrarse plenamente en la Ciudad Corazón, eligiendo una tribu y llevando consigo la autenticidad de su compromiso y su amor por la comunidad o continuar explorando su camino en otra parte del mundo.
Son ellos los verdaderos corazones de la Ciudad Corazón, portadores de la energía que hace latir todo el sistema. Cada uno es libre de permanecer, de crear, de soñar y de compartir tanto tiempo como desee, o de seguir su recorrido por este jardín de maravillas que es nuestro Planeta. Siempre serán recibidos con los brazos y corazones abiertos, no solo en su propia Ciudad, sino en todas las otras Ciudades Corazón que laten al unísono a lo largo del Universo.
Tribu Tierra

Es la tribu con mayor número de integrantes y un espíritu que abraza la fuerza serena. Su virtud más profunda es la valentía, entendida no como agresión, sino como la capacidad de sostenerse firme ante la vida y honrar la propia existencia. Es la tribu del abrigo y el sustento, donde cada mano construye y cada pie deja huella consciente sobre la tierra. Sus habitantes y visitantes aprenden a caminar descalzos, sintiendo el pulso del suelo, percibiendo su textura, su calor y su frescura; un recordatorio de que la vida florece donde se camina con consciencia y respeto. La Tribu Tierra nutre la confianza en uno mismo y enseña a habitar plenamente el aquí y ahora, cultivando la paciencia, la perseverancia y la gratitud por cada instante.
Aquí se aprende no solo a trabajar la tierra, sino a dialogar con ella. Se valora el sabor ancestral de una mazorca de maíz rojo criollo, el perfume del cacao maduro, el murmullo de los ríos y el susurro de los árboles. Se practican técnicas de bio-construcción y permacultura, colaborando en la edificación de la ciudadela y en la regeneración de ecosistemas cercanos. Se transmiten conocimientos de supervivencia, medicina herbal y cuidado de plantas sagradas, y se recuerda a cada habitante que el contacto con la tierra despierta la capacidad de materializar sueños y proyectos.
La Tribu Tierra invita a experimentar la alegría del esfuerzo compartido, a celebrar cada fruto obtenido y a honrar la abundancia como un reflejo de la abundancia universal. Enseña que la riqueza verdadera proviene del equilibrio entre dar y recibir, entre sembrar y cosechar, entre cuidar de uno mismo y cuidar del entorno. Los miembros de esta tribu son guardianes del conocimiento ancestral de construcción y agricultura, y co-lideran la Escuela de Construcción dentro de la Universidad de la Vida y la Conciencia, conectando a cada visitante con la conciencia profunda del trabajo consciente, la creación colectiva y el respeto por Gaia.
Más allá de la tierra física, esta tribu cultiva la tierra del espíritu: cada gesto de cuidado, cada semilla plantada, es también un acto de atención hacia la propia esencia y hacia la comunidad global. Ser parte de la Tribu Tierra es aprender a ser firme y flexible al mismo tiempo, a ser abundante como el suelo que sostiene la vida y a reconocer que cada acto consciente, por pequeño que sea, genera ondas infinitas en el corazón del mundo.
Los que dedican tiempo en la Tribu Tierra recuerdan con cada paso que son hijos e hijas de la tierra y aprenden a latir al unísono con el corazón de la madre Gaia. Sus cuerpos y mentes se sincronizan con los ciclos de la naturaleza, sintiendo cómo el tiempo se despliega en estaciones y respiraciones. Es la tribu de los artesanos, de quienes trabajan la madera, los metales y el barro, creando no solo objetos útiles, sino también obras de arte que cuentan historias, evocan emociones y sostienen la memoria colectiva. Cada herramienta, cada gesto y cada pieza nacen de la atención consciente y de un profundo respeto por la materia y por la vida que la rodea.
Un rasgo aún más sorprendente de la Tribu Tierra es su vínculo con los árboles guardianes. Algunos árboles de la ciudadela son considerados seres vivos con conciencia propia y se les habla, se les agradece y se les escucha como maestros silenciosos. Los ancianos de la tribu enseñan que cada árbol guarda historias de generaciones pasadas y que, al compartir tiempo y cuidado con ellos, se accede a un conocimiento ancestral que no puede leerse ni enseñarse de manera convencional. Los árboles se convierten en guías, protectores y compañeros del crecimiento personal de cada habitante, recordando que la verdadera fuerza reside en la paciencia, la conexión y la cooperación con todo ser vivo.
Quizá la enseñanza más secreta y transformadora de esta tribu es el Ritmo: el reconocimiento de que toda creación —ya sea la construcción de un hogar, el sembrar un maíz, o el pulir una joya— tiene un latido propio, un compás que conecta al individuo con la red de la existencia. Aprender el Ritmo es aprender a fluir con la vida, a sincronizar el cuerpo y la mente, y a encontrar armonía en la acción diaria. Esta comprensión se manifiesta en los rituales, en la música, en la danza y en el trabajo colectivo, recordando que la Tierra misma respira con nosotros y que cada gesto consciente reverbera en el todo.
Los habitantes de esta tribu también son los custodios del Festival del Equinoccio de Otoño, una celebración que honra la transición de la luz y la sombra, la abundancia de la cosecha y la gratitud por la generosidad de la tierra. Durante el festival, los habitantes y visitantes se reúnen para compartir los frutos, la música, la danza y los saberes ancestrales, reforzando el sentido de comunidad y el vínculo con el planeta. Es un momento para recordar que la abundancia de la vida se cultiva colectivamente y que cada estación trae consigo la oportunidad de renovar la esperanza, la creatividad y la alegría de estar vivos.
Este lugar no solo prepara a los que llegan para la vida cotidiana, sino que abre un portal hacia las demás tribus, sirviendo de inicio y bienvenida a una nueva existencia. Aquí comienza el viaje hacia el interior, un recorrido para descubrir los fundamentos de tus creencias básicas, el respeto por la tierra y la conciencia del ritmo que guía la creación y sostiene la vida en todas sus formas. La Tribu Tierra enseña que, para construir un mundo en armonía, primero debemos aprender a latir con la tierra, a escuchar su compás y a honrarla en cada paso que damos.
Tribu Agua

Una vez que se aprende a sobrevivir, llega el momento de aprender a vivir en plenitud. La Tribu Agua es la guardiana del sentir, del fluir de las emociones y del placer de existir. Su elemento, el agua, les enseña a amar sin poseer, a dejar ir sin resistencia y a bailar con los ciclos de la vida. Aquellos que dedican su tiempo aquí permiten que los ríos arrastren las culpas que guardan por dentro, que el mar se lleve recuerdos que ya no les sirven y que las lluvias limpien el corazón. Son los hijos e hijas del agua y de la luna, aprendiendo a percibir el líquido que corre en su interior, a escuchar su propio fluir y a sintonizar con la corriente universal que conecta a todos los seres.
Esta tribu tiene a su cargo la atención amorosa de huéspedes y visitantes, llenando sus cuerpos y almas de energía positiva y enseñándoles a abrirse al juego, a la sensibilidad y al gozo. Son custodios del Festival del Solsticio de Verano, un tiempo en que el sol alcanza su punto más alto y el agua se convierte en un bien esencial para equilibrar el calor y sostener la vida en todas las latitudes. En las zonas tropicales, celebran la llegada de las lluvias, en las templadas, el sustento de los cultivos; en todos los lugares, el festival es un llamado a la reconexión con la inocencia, la libertad y la creatividad del corazón.
Además, la Tribu Agua supervisa el abastecimiento, distribución y tratamiento del agua de la ciudad Corazón, así como el cuidado de todas sus fuentes y reservas. Su enseñanza se extiende también a la Universidad de la Vida y la Consciencia, donde los aprendices comprenden la importancia de preservar el ciclo vital del agua y de mantener un flujo equilibrado entre el planeta y sus habitantes. Aquí, el agua no es solo un recurso: es maestra, medicina y espejo del alma, recordando a todos que fluir y entregarse es también aprender a sostener la vida con amor y alegría.
Después de los dos arduos ciclos lunares en la tribu tierra, la tribu del Agua conecta a sus habitantes y visitantes con el placer de vivir. Aquí se aprende a abrir la percepción para sentir con los sentidos internos. Se experimenta el éxtasis del vivir, el orgasmo de cada respirar. El tiempo aquí se convierte en un momento de más relajación para darse la oportunidad de conocer y conocerse jugando. Hacer amigos que se conviertan poco a poco en hermanos. Al final la vida es un juego y no hay mejor lugar para dejar que renazca el niño o niña interior que aquí.
Los habitantes de la Tribu Agua son los maestros y maestras del movimiento, guardianes de la corriente que une cuerpo, mente y alma. Aquí se aprende y se enseña el arte como lenguaje vital, como espejo del sentir más profundo. Es el lugar de los que pintan con el corazón, moldean con las manos y dan forma al mundo con la sensibilidad del espíritu. La pintura, la escultura y todas las artes plásticas se vuelven caminos para expresar lo que las palabras no alcanzan. El ocio creativo no es mera diversión: es una invitación a descubrir la belleza que habita en cada gesto y en cada respiración. La danza, sagrada y libre, permite que el cuerpo fluya como el agua misma, siguiendo la cadencia del instante y del universo. Por ello, la Tribu Agua es la principal responsable de la escuela de Arte, donde cada alumno aprende que crear es también recibir y entregarse. Las horas de trabajo común, entre 2 y 4 diarias, continúan como un recordatorio de que la disciplina y la libertad pueden danzar juntas.
Aquí se recuerda lo sagrado del Ser y el valor intrínseco de la vida. Cada habitante y visitante tiene una cita consigo mismo, un momento para enamorarse de su propio Ser interior y reconocerse como fuente de amor y creatividad. En esta tribu se aprende que, para amar verdaderamente, a veces hay que dejar ir; y que dejar ir es, en esencia, dejar fluir la vida tal como es. Cada paso del camino implica soltar aquello que ya no sirve, y en este proceso lo que primero se libera es el miedo: miedo al cambio, a la pérdida, al juicio, a la intensidad de sentir. Esta es la llave que abre el acceso a las demás tribus, pues solo quien ha aprendido a fluir sin temor puede abrazar el conocimiento y la sabiduría que cada ciudad Corazón ofrece.
La Tribu Agua enseña que entregarse al fluir es también aprender a sostener la vida con responsabilidad y gratitud, reconociendo que la emoción bien dirigida puede transformar lo cotidiano en un acto de creación divina. Cada gesto de cuidado, cada movimiento consciente, cada obra de arte realizada se convierte en un homenaje al agua, a la luna y a la energía que conecta a todos los seres, recordando que vivir es un baile constante entre recibir y dar, entre dejar ir y sostener, entre sentir y compartir.
Los rituales secretos de la Tribu Agua enseñan que el verdadero fluir no es solo dejar ir, sino también sostener con amor y conciencia aquello que elegimos mantener. Se practican ejercicios de meditación en ríos, lagos y estanques, donde la conexión con el agua se convierte en espejo del propio mundo interno. Aquí se aprende a escuchar los murmullos del río y a interpretar el lenguaje del oleaje y la lluvia, entendiendo que el agua es espejo, guía y maestra de la vida. Los miembros de la tribu revelan a quienes se acercan la importancia del tacto, del abrazo y del contacto profundo con la naturaleza, pues a través del sentir se reconoce el vínculo con todo lo que existe.
La Tribu Agua no solo enseña a sentir y a crear, sino también a celebrar la vida en armonía con los ciclos de la naturaleza. Son ellos los responsables del Festival del Solsticio de Verano, un evento que marca el momento en que el sol alcanza su cenit y la energía vital del agua es más necesaria y poderosa. En este festival, la ciudad Corazón se llena de cantos, danzas y rituales donde cada movimiento y cada gesto son ofrendas a la vida. Se celebra la inocencia, la sensibilidad y el juego; se recuerda que fluir con la existencia es la llave para equilibrar las emociones y permitir que la alegría y la creatividad se expresen libremente. Es un tiempo en el que se invita a los habitantes y visitantes a dejar atrás cargas y culpas, purificar el corazón y abrirlo al gozo, facilitando una entrega profunda que resuena en el cuerpo y en el espíritu.
Además, la Tribu Agua funciona como puente emocional y espiritual entre las demás tribus. Son ellos quienes acompañan a los recién llegados en el aprendizaje del fluir y la entrega, preparando sus corazones para integrar las lecciones de las tribus Tierra, Fuego, Viento y las tribus invisibles de Luz, Sonido y Silencio. Su rol es equilibrar los extremos, suavizar los conflictos internos y enseñar que la vulnerabilidad no es debilidad sino fuerza profunda. Cada miembro de la Tribu Agua aprende a sostener a los demás con paciencia, empatía y amor consciente, convirtiéndose en guardianes del bienestar colectivo y en maestros del arte de la armonía emocional.
Finalmente, los secretos más preciados de la Tribu Agua están ligados a la creatividad, la transformación y la regeneración del alma. Se enseña que cada emoción es energía que puede ser transformada en creación, que cada lágrima tiene poder de purificación y que el fluir consciente permite manifestar la abundancia, la belleza y la armonía en todos los niveles de la vida. El agua no solo nutre el cuerpo, sino que también despierta la intuición, el placer y la sensibilidad artística, recordando a todos que vivir con plenitud es permitir que la vida corra libre, clara y vital a través de nosotros.
Tribu Fuego

Es la tribu del poder de la paz, del corazón abierto y la amistad que ilumina. Es la tribu del espíritu alegre, magnánimo y expansivo; los hijos e hijas del Sol que irradian calidez y vitalidad a todo a su alrededor. Aquí se recuerda dejar brillar el fuego interior que cada uno lleva, aquel que despierta el entusiasmo, la creatividad y la pasión por la vida. Son los guardianes del fuego de la Ciudad Corazón, protectores del calor que nutre, transforma y da fuerza; se les confía la iniciativa y se les invita a ejercer liderazgo desde la alegría y la responsabilidad consciente.
Ya han adquirido experiencia en la armonía de la tierra y el fluir del agua; ahora es momento de transformar el juego en luz y acción. En esta tribu no existen obligaciones rígidas ni tareas impostergables; el trabajo se convierte en cariño, el deber en atención amorosa. Se ríe con la vida y de la vida, se celebran los pequeños milagros y se aprende a crear espacios donde la imaginación puede volar libre, donde los sueños se proyectan con la intensidad del sol. Aquí despierta el fuego que impulsa a actuar con valentía y generosidad, que inspira a soñar grande y a encender, con cada gesto, el calor que sostiene a toda la Ciudad Corazón.
En la Tribu Fuego, se aprende la maestría de transmutar las emociones más densas, como la ira, la frustración y el coraje, transformándolas en fuerza creativa y en claridad de propósito. No se trata de reprimirlas, sino de sentirlas plenamente, comprender su origen y luego canalizarlas hacia actos de creación, liderazgo y alegría. Cada emoción es un combustible, y el fuego interno de la tribu enseña a convertir cualquier chispa de conflicto en luz que ilumine el camino propio y el de los demás. Este proceso profundo fortalece la madurez emocional y genera una armonía que se refleja en cada relación, en cada proyecto, en cada espacio compartido de la Ciudad Corazón.
La importancia de esta práctica es doble: primero, sostiene la paz interna de cada habitante, evitando que las tensiones personales se vuelvan colectivas. Segundo, enseña la responsabilidad del poder; el fuego de la tribu no es solo calidez y luz, sino también capacidad de transformar la realidad. Aprender a dominarlo desde el amor y la conciencia asegura que la acción que brota de la Tribu Fuego siempre nutra, inspire y eleve, nunca destruya. Esta maestría emocional es un pilar fundamental para la Ciudad Corazón y un legado que se comparte con todas las tribus a través de la Universidad de la Vida y la Conciencia.
En la Tribu Fuego, el hogar y la cocina son sagrados. No se trata sólo de preparar alimentos, sino de aprender el arte de nutrir cuerpos y corazones con la misma devoción con la que se alimenta el alma. Cada grano, cada verdura, cada chispa que toca la llama se convierte en una lección de amor consciente. Aquí se enseña a transformar ingredientes simples en banquetes que celebran la vida, a encender el fuego interno que calienta manos y miradas, y a comprender que el calor que se comparte es un lenguaje universal de cuidado y pertenencia. Los nuevos aprendices descubren que la cocina es un acto ceremonial: cada mezcla, cada sazón, cada aroma es una oración que despierta la gratitud y la conexión con la Tierra, con los demás y consigo mismos.
Esta enseñanza trasciende las paredes de la tribu y se expande hacia la Universidad de la Vida y la Conciencia, donde la cocina se convierte en una disciplina de creación consciente, un laboratorio del alma. Allí, la preparación de alimentos se entrelaza con la permacultura, la nutrición energética y la alquimia emocional, formando guardianes que llevan la llama del fuego más allá de la ciudadela, iluminando comunidades enteras con su calor, su sabor y su intención.
En la Tribu Fuego, la maestría del fuego trasciende lo cotidiano y se convierte en un arte de transformación total. Aquí no solo se aprende a cocinar o a encender hogueras; se estudia el fuego como elemento primordial de toda reacción, desde la más simple chispa que convierte madera en calor, hasta las complejas interacciones químicas que transforman la materia en formas nuevas y luminosas. Cada alumno aprende a observar cómo la energía se desplaza, cómo se conserva y cómo puede ser guiada para generar creación en lugar de destrucción. La ira, el miedo, el coraje o la frustración son transmutados en poder consciente, y los errores se vuelven lecciones de alquimia emocional, donde cada emoción intensa es leída, comprendida y transformada en impulso creativo, en liderazgo y en acción amorosa.
El dominio del fuego también permite proveer de pólvora y energías controladas a la Tribu Luz, facilitando sus experimentos y ceremonias lumínicas. Se comparte la ciencia del calor, de la combustión, de la presión y de la transformación de materiales, siempre con respeto absoluto a la armonía de la ciudadela y con la intención de expandir el conocimiento hacia todos los Corazones del mundo. Cada chispa encendida es un recordatorio de la conexión entre materia, energía y espíritu: aprender a manejarla es aprender a manejar la vida misma.
En la Universidad de la Vida y la Conciencia, el fuego de la Tribu Fuego se convierte en un laboratorio vivo de descubrimiento. Los estudiantes allí estudian química elemental, física de la energía, reacciones biológicas y alquimia emocional, comprendiendo que todo acto de transmutación externa refleja un cambio interno. Cada demostración científica se convierte en ceremonia, y cada experimento revela un principio profundo: la realidad es maleable, y los seres humanos son guardianes capaces de dirigir la energía hacia la creación de mundos sostenibles y hermosos. Aquí se enseña que la verdadera sabiduría no reside solo en comprender el fuego, sino en ser fuego, consciente, creativo y generoso, capaz de encender la vida de otros sin consumirse a sí mismo.
El Equinoccio de Primavera, bajo la tutela de la Tribu Fuego, es el gran despertar de la energía solar y del impulso colectivo. Marca el equilibrio perfecto entre luz y sombra, recordando a todos que cada ciclo vital trae la oportunidad de renacer. Es el momento de encender la chispa interior, de transformar el trabajo cotidiano en danza y canto, y de sembrar semillas con la alegría y la firmeza del sol. Durante este festival, la Tribu Fuego guía a la comunidad en un acto de renovación: se preparan los campos, se aviva el fuego de la acción y se celebra la vida en su forma más expansiva, enseñando que el verdadero liderazgo brota del corazón cálido y generoso que comparte su luz sin medida.
Quizá su enseñanza más secreta y poderosa no se ve a simple vista: es el arte de encender y compartir la chispa interna. Cada miembro aprende a sentir el fuego del corazón del otro y a reflejarlo en su propio ser, creando un círculo de energía luminosa que crece y se expande por toda la ciudadela. No hay competencia, sólo danza, risas y juegos que enseñan a sostener la pasión sin consumirla, a inspirar sin dominar. Durante noches especiales, bajo la luz de la luna y el calor de hogueras ceremoniales, los habitantes practican el canto del fuego, una sinfonía de voces, palmas y movimientos que transforma la alegría en energía tangible, capaz de despertar el potencial dormido de quienes lo escuchan y, al mismo tiempo, sanar y renovar la vitalidad de la Ciudad Corazón.
Este aprendizaje hace del fuego un maestro silencioso y vibrante, un espejo que refleja la fuerza y la delicadeza de quien se atreve a mirar su interior. Cada práctica, cada chispa, cada transmutación emocional se convierte en un acto de creación consciente, donde se aprende a encender la vida de otros sin perder la propia luz. Es aquí donde se reconoce que el liderazgo no es imponer, sino inspirar; que la acción verdadera surge de la alegría y la conciencia, y que la creatividad artística, la armonía con la naturaleza y la energía del fuego son inseparables.
Es un punto de asimilación; ha pasado medio ciclo solar. Cada paso de tribu siempre es un momento para dejar que el corazón elija seguir hacia la siguiente tribu o continuar por otro camino. Las puertas siempre están abiertas para regresar. En este espacio, el fuego deja de ser solo elemento físico para convertirse en fuerza vital, guía interna y catalizador de transformación, recordando a cada habitante de la Ciudad Corazón que la verdadera alquimia ocurre cuando el corazón, la mente y el espíritu laten en sincronía con el universo entero.
Tribu Aire

Es la tribu del Corazón, el eje sutil que mantiene el latido de toda la Ciudad Corazón. Su virtud principal es la compasión y la unión, el arte de entrelazar almas y pensamientos, de sincronizar el pulso de cada ser con el ritmo del aire que todo lo conecta. Esta es la tribu que enseña a danzar entre el cielo y la tierra, entre el cuerpo y el espíritu, entre la emoción profunda y la claridad del pensamiento. Son los hijos e hijas del viento, quienes fluyen como hojas llevadas por corrientes invisibles, ligeros y libres, aprendiendo a no retener, a no resistir, a dejar que la vida se exprese a través de ellos.
Aquí se recuerda respirar con plena conciencia, sentir cada inhalación como un regalo y cada exhalación como un acto de entrega. Se recuerda también que cada habitante y visitante es motor, chispa viva que hace que la ciudad respire. Sus tareas se centran en la unión y el servicio: abrir puertas, tender puentes, escuchar y acompañar. Este es el momento para abrir el corazón de par en par, amar sin miedos y fluir con ligereza, recordando que la compasión verdadera comienza con uno mismo y se expande como viento sobre toda existencia.
Como elemento maestro, la Tribu Viento reúne y sintetiza los dones de las tribus anteriores: del ritmo de Tierra aprende la fuerza paciente, la constancia y la conexión con lo tangible; del fluir de Agua aprende la sensibilidad, la expresión emocional y la creatividad artística; del fuego aprende la ligereza, la alegría y el impulso de transformar la acción en pasión. Aquí se comprende que cada elemento no existe de manera aislada, sino que se armoniza en un flujo de vida que sostiene a toda la Ciudad Corazón.
Los miembros de la Tribu Viento también tienen responsabilidades concretas: son los custodios del aire, la comunicación y la administración; guían la coordinación de las actividades que conectan a todas las tribus, organizan espacios de diálogo y de reflexión, y facilitan talleres de mediación, respiración consciente y resiliencia emocional.
Los habitantes de la Tribu Viento se caracterizan por su amor profundo a los elementos y a todos los seres vivos. Son guardianes del aire y del flujo vital que conecta cada rincón de la Ciudad Corazón. Organizan la Ceremonia del Solsticio de Invierno, un evento que marca la introspección y la contemplación en la noche más larga del año. En este tiempo, se aprende a escuchar los susurros de los vientos, a sentir la danza sutil de las hojas y la respiración del planeta, y a abrir el corazón sin miedo. Esta ceremonia recuerda que la compasión y la unión son la fuerza más poderosa, que los lazos tejidos desde la ligereza y el servicio sostienen la vida y equilibran las energías de todos los habitantes.
La tribu es responsable del cuidado de los ecosistemas, protegiendo la flora y fauna endémica y garantizando que la armonía con la Tierra se mantenga intacta. Trabajan con energías renovables y sustentables, asegurando que cada acción humana respete los ritmos de la naturaleza. Aquí se profundiza en la magia y el poder medicinal de las plantas, se estudian los distintos reinos que habitan nuestro planeta y se aprende a equilibrar los elementos dentro y fuera de uno mismo. Como administradores del flujo entre las diferentes tribus, los miembros de Viento se convierten en comerciantes del corazón: distribuyen y armonizan la riqueza que surge de la cooperación y el amor, asegurando que cada recurso llegue a donde más se necesita, transformando la abundancia en servicio consciente.
En la Universidad de la Vida y la Consciencia, su aportación es doble: por un lado, enseñan la administración consciente y la organización de los recursos, inspirando a mantener sistemas comunitarios sostenibles; por otro, transmiten las artes marciales, practicadas no como lucha, sino como camino de integración cuerpo-mente-espíritu, fortaleciendo al individuo y, por resonancia, a toda la comunidad. Cada respiración, cada movimiento, cada acto de cuidado, se convierte en lección de humildad, fuerza y compasión, recordando que amar y servir son la verdadera medida del poder.
Es la puerta de acceso a las áreas más sutiles del sentimiento, donde la luz interior se vuelve guía y espejo. Aquí se recuerda que cada ser es portal y puente de todos los sueños, creaciones y dimensiones, que cada corazón abierto es una puerta que comunica mundos invisibles. Los habitantes y visitantes de esta tribu aprenden a dominar su ciclo de respiración, a inhalar y exhalar con la conciencia de que cada aire es energía viva que alimenta su espíritu y sostiene la trama de la realidad. El éter se convierte en corriente, en fuerza, en manantial del que brota creatividad, intuición y amor expandido.
En este espacio, la sensibilidad alcanza niveles que permiten percibir lo invisible, captar matices sutiles de energía, y sintonizar con vibraciones más allá de los sentidos habituales. La luz que habita en cada uno se proyecta hacia afuera, iluminando senderos que antes permanecían ocultos, despertando facultades que conectan con la música del universo y la danza de las estrellas. Es un lugar donde la percepción se vuelve arte y el arte se vuelve conciencia.
La enseñanza secreta de la Tribu Viento es un arte profundo y silencioso que se despliega en tres planos: los ancestros, la impecabilidad de la palabra y la comprensión de la muerte. Los habitantes aprenden a escuchar el susurro de quienes vinieron antes, a sentir cómo cada gesto, cada elección y cada pensamiento resuena en la línea infinita de quienes nos precedieron. Se les enseña que la palabra es un arma y un bálsamo, un puente entre corazones y un canal que transporta intenciones más allá del tiempo y del espacio. Nada se dice al azar: cada sílaba, cada sonido, lleva consigo un poder sutil que puede transformar realidades.
Aquí se recuerda también que la muerte no es un final, sino un retorno a la corriente que nutre todo lo que vive. La contemplación de este ciclo otorga ligereza y sabiduría. Se aprende a discernir entre lo que debe ser comunicado y lo que debe permanecer en silencio, a ser rápido y preciso con las ideas y sentimientos, y a enviarlos lejos, como hojas llevadas por el viento, para que lleguen a su destino con pureza y fuerza.
Los habitantes y visitantes de Viento desarrollan la habilidad de movilizar energías con palabras y gestos, comprendiendo que un pensamiento claro, expresado con intención, puede sanar, inspirar o despertar consciencias a kilómetros de distancia. Su corazón se convierte en brújula y su mente en catapulta de creatividad y compasión.
Este camino los vuelve guardianes del discernimiento y maestros del impacto. Cada acción, cada palabra, cada suspiro es un acto de responsabilidad consciente. El cierre de esta experiencia recuerda que quien domina el viento lleva consigo la capacidad de tocar mundos lejanos, de esparcir conocimiento, verdad y belleza con la precisión de un soplo que llega lejos, rápido y limpio. Así, Viento se convierte en mensajero del corazón universal, un recordatorio de que la fuerza real no siempre es visible, pero su alcance puede transformar el mundo.
Tribu del Sonido

Aquí se entra en otros planos de existencia, donde cada susurro y cada vibración revelan secretos invisibles. Es la tribu de la sutileza, la resonancia y la armonía sagrada. Aquí, los habitantes y visitantes descubren que somos más energía que materia, y que cada célula, cada aliento y cada latido se puede sintonizar con la sinfonía universal. Cada sonido, desde el más leve hasta el más profundo, se convierte en un hilo que teje la conexión entre el cuerpo, el espíritu y el cosmos.
Se aprende a escuchar con el corazón antes que con los oídos, a sentir cómo los elementos que nos rodean —el agua, la tierra, el fuego y el viento— vibran en un lenguaje secreto. Entonces el ser mismo se vuelve instrumento y melodía, resonando con la música que fluye desde el núcleo del universo. Los habitantes practican el dejar fluir el sonido primordial, el OM que vibra en todo y en todos, y a través de él descubren la armonía que sustenta la vida.
Aquí, cada respiración, cada gesto y cada palabra se convierte en canto. Se aprende a sentir el ritmo interno, a dejar que la música de la tierra, del viento, del agua y del fuego penetre en su ser. Se canta la verdad individual sin miedo, sin juicio, dejando que el corazón decida la cadencia y la intensidad de cada nota. Cada instrumento que se toca no es solo un objeto, sino una extensión del alma, un canal que conecta la energía vital con la creación sonora.
La Tribu Sonido enseña que la música cura, eleva y transforma. Que el silencio y el sonido son compañeros inseparables, que el ritmo es la brújula que guía a cada corazón hacia su esencia. Los habitantes de esta tribu aprenden a modular emociones, a sincronizar la mente con la vibración del mundo, y a enviar ondas de armonía hacia los demás, despertando resonancias dormidas en cada rincón del universo.
Se recuerda un antiguo lenguaje, el del sentimiento puro, aquel que trasciende las formas y llega directo al corazón. Aquí se aprende a hablar no solo con palabras, sino con la mirada, la sonrisa, la postura, el silencio y la telepatía. Cada gesto se convierte en vibración, cada emoción en sonido, y cada sonido en creación. La consciencia del sonido permite ir más allá de simplemente fluir; da poder para influir en las sutilezas del entorno, de los cuerpos y de los elementos. Permite al habitante de esta tribu ser creador y modulador, no solo observador, armonizando el mundo con intención y delicadeza.
Una de las enseñanzas más preciadas es la maestría de la afinación. Afinarse no significa solo emitir notas correctas, sino sintonizar el cuerpo, el espíritu y el entorno como un solo instrumento. La afinación consiste en percibir los matices del viento, el murmullo del agua, la vibración de la tierra y el calor del fuego, y alinear la propia voz y energía con ellos. Al dominar la afinación, cada habitante puede influir sutilmente en el equilibrio de los elementos, en la armonía de los Corazones y en la resonancia del mundo. Se aprende que un corazón afinado puede transformar emociones, armonizar espacios, calmar tempestades y despertar la creatividad dormida en todos los seres.
El arte de la afinación permite descubrir la relación íntima entre ritmo, tono y frecuencia, y cómo estas resonancias interactúan con la mente, el cuerpo y el espíritu. Aquí la música se convierte en un puente entre lo visible y lo invisible, entre lo interior y lo colectivo, un lenguaje que conecta el corazón individual con el latido de todo el universo.
La enseñanza secreta de la Tribu Sonido es la alquimia del canto y del lenguaje no verbal. Aquí se comprende que no toda comunicación depende de palabras; que el cuerpo, el aire, la vibración y el silencio mismo son portadores de información y emoción. Se aprende a modular la voz y los gestos con tal precisión que un susurro puede inducir calma, un tono ascendente puede despertar inspiración y una mirada afinada puede transmitir verdades que las palabras jamás alcanzarían. Los habitantes de esta tribu descubren que cada sonido, cada gesto y cada pausa es un canal para transformar la energía de quienes los rodean, un puente entre lo que se ve y lo que se siente, entre el corazón y el cosmos. El canto se vuelve un instrumento de creación consciente, y el lenguaje no verbal, una clave para descifrar las dimensiones ocultas del mundo y del espíritu.
Su aporte a la Universidad de la Vida y la Consciencia es fundamental y multidimensional. Son los maestros de la música y la acústica aplicada, no solo como arte sino como ciencia que permite armonizar espacios y estructuras. En la escuela de Construcción enseñan cómo el sonido interactúa con la materia: cómo las vibraciones fortalecen estructuras, estimulan la creatividad y potencian la energía de los entornos. Sus conocimientos permiten que los Corazones sean arquitecturas vivas, capaces de resonar con cada elemento, con cada habitante y con cada visitante, creando un flujo armónico donde la vida se percibe, literalmente, como música.
La Tribu Sonido también es la guardiana de las celebraciones de Luna Llena, transformando cada ciclo lunar en una obra de arte colectiva. Cada Luna Llena es una oportunidad para la práctica constante de la creatividad, donde deben diseñar ceremonias que integren los cuatro elementos y todas sus posibles combinaciones: Tierra, Agua, Fuego y Aire se convierten en lienzos vibratorios sobre los que se construye la experiencia. El sonido de cada instrumento, la danza de cada cuerpo, la luz que acompaña los cantos y la disposición de los espacios, todo se concibe como un entramado consciente que conecta a los participantes con su esencia, con la naturaleza y con los demás Corazones. Cada celebración se convierte en un laboratorio vivo de expresión, donde la improvisación, la intuición y la alquimia sonora son maestros que enseñan lecciones profundas sobre la vida, la cooperación y el flujo creativo.
La práctica del canto y del lenguaje no verbal, junto con el dominio de la música y la acústica, permite que los habitantes de esta tribu sean armonizadores de ambientes y emociones. Saben que un acorde, una melodía o incluso un silencio cargado de intención puede transformar el ánimo colectivo, abrir corazones, despertar talentos dormidos y amplificar la energía de todos los elementos que participan en una ceremonia. Así, la Tribu Sonido se convierte en puente entre lo visible y lo invisible, entre lo humano y lo cósmico, recordando que la vibración correcta, cuando se conjuga con intención y consciencia, puede reconfigurar realidades y llevar a todos los Corazones hacia una resonancia más alta, más pura, más unificada.
Al concluir su viaje por la Tribu Sonido, los habitantes y visitantes comprenden que todo sonido es también luz; que la vibración que surge del corazón puede iluminar la mente y abrir caminos en la consciencia. Cada nota, cada silencio, cada gesto, se convierte en un faro que señala la senda hacia la claridad y el discernimiento. Es aquí donde se reconoce la transición: del flujo del sonido al resplandor de la luz, del entendimiento intuitivo a la claridad consciente. Los Corazones, afinados y sensibles, emergen preparados para recibir los conocimientos de la Tribu Luz, donde la inteligencia, la visión y la creación de mundos se funden con la percepción que ya han aprendido a escuchar. Cada alma sabe que la melodía interior ahora puede ser traducida en luz, ideas y expansión; y que todo lo aprendido hasta aquí será la semilla para ver más allá de lo visible, hacia el infinito esplendor de la consciencia.
Tribu de la Luz

Conforme uno va avanzando por las diversas tribus, se aprende a amar de muchas maneras, de todas las maneras posibles. Al llegar a esta tribu, el corazón se abre a una visión sin filtros, donde el juicio se disuelve y la claridad se vuelve un espejo que refleja lo más profundo del ser. Esta es la tribu del conocimiento y la luz consciente, donde cada pensamiento se ilumina y cada sensación se vuelve entendimiento. Aquí se aprende y se experimenta la magia del espejo: al amar de forma incondicional, al contemplar con atención serena, es posible percibir la esencia de todo lo que existe, más allá del tiempo y del espacio.
El pasado y el futuro se desvanecen; sólo queda el eterno presente, un río de consciencia donde todo sucede simultáneamente, sin prisa ni resistencia. Los conceptos de bien y mal se disuelven como niebla al amanecer, dando paso a la unidad y a la visión clara de la totalidad. Cada ser que habita esta tribu aprende a observar sin interferir, a dejar ser lo que ya es, a acompañar el flujo de la existencia con amor y serenidad. La luz aquí no sólo ilumina el entorno, sino que enciende la percepción interna, revelando los patrones invisibles que conectan todas las cosas: pensamientos, emociones, cuerpos, mundos y dimensiones.
Se descubre que la verdadera claridad nace de la unión del corazón y la mente, de la armonía entre la sensibilidad y la razón. Quien atraviesa esta etapa comprende que la sabiduría no es acumular conocimiento, sino habitar el entendimiento de que todo es uno y que todo lo que sucede es expresión de esa unidad. Cada acción, cada palabra, cada silencio se convierte en un acto de creación consciente, donde el observador y lo observado se funden en un mismo latido.
Se estudian y observan los movimientos del Sol, la Luna y las estrellas, no sólo como el ritmo natural de la existencia, sino como latidos del universo que marcan los ciclos internos del ser. Cada amanecer y cada ocaso se convierte en un maestro silencioso, y cada fase lunar revela secretos antiguos que despiertan memorias dormidas en el corazón. Los patrones estelares se leen como mapas de viaje, mapas que guían al alma hacia su propio centro, hacia su propio origen.
También se estudian las filosofías de toda la historia registrada, desde los pergaminos de los sabios antiguos hasta los cantos de los pueblos que nunca escribieron sus verdades. Se aprende a escuchar la voz de la humanidad, a discernir la esencia que permanece detrás de los nombres y las formas, y a percibir la unidad que subyace a todas las enseñanzas. Cada filosofía, cada doctrina, se convierte en espejo que refleja la luz de la mente y el corazón, enseñando que el conocimiento verdadero nace de la integración de sentir y saber, de pensamiento y emoción, de razón y misterio.
Los habitantes y visitantes de esta tribu se convierten en portadores del conocimiento que surge de la mente iluminada y del corazón despierto. Desarrollan la certeza sobre su intuición, activando los códigos inscritos en su Ser, la huella digital de la divinidad que vibra en cada célula, en cada latido, en cada suspiro. Todos los sentidos internos se despiertan y expanden; la percepción se vuelve un río que fluye sin obstáculos, y cada instante es una oportunidad para leer la vida como un lenguaje sagrado.
Se aprende a abrir la glándula pineal a voluntad, como quien abre un portal hacia dimensiones más sutiles. La visión se vuelve transparente, el alma se vuelve cristalina; la luz y la oscuridad atraviesan el ser con facilidad, enseñando que ambos son maestros indispensables. Se aprende a reflejar la luz en todo su espectro, iluminando sin cegar, abrazando sin poseer. Se aprende también a honrar la oscuridad, a caminar con ella como guía sabia y amorosa, entendiendo que en sus sombras se encuentra la semilla de todo despertar.
Cada habitante se vuelve un faro y un espejo, irradiando claridad y absorbiendo el misterio. Cada gesto, cada mirada, cada palabra consciente se convierte en acto de alquimia, en puente entre lo visible y lo invisible, entre el finito y lo infinito. Aquí, en esta tribu, se aprende que conocer es simultáneamente ver y dejarse ver, es percibir sin distorsión y acoger sin resistencia, es habitar la totalidad de uno mismo como reflejo de la totalidad del universo.
En Luz se aprende la maestría de la ciencia, donde el pensamiento, afinado gracias a los elementos y a la sabiduría de las tribus anteriores, se despliega más allá del horizonte de lo visible y lo racional. Cada idea, cada concepto, se convierte en una chispa que ilumina nuevas posibilidades; la mente se expande como un cielo estrellado, comprendiendo que toda fórmula, toda ecuación, no es solo números, sino vibración, música y geometría del universo. Aquí se estudian las leyes que gobiernan la luz, la materia y el espacio, comprendiendo que el cosmos entero puede ser leído como un texto vivo, un poema que se revela a quienes se atreven a mirar más allá del velo de lo cotidiano.
En la Universidad de la Vida y Consciencia, los habitantes de Luz imparten su conocimiento sobre matemáticas avanzadas, geometría y óptica, enseñando no solo la técnica, sino la alquimia que convierte el pensamiento en visión, la visión en creación y la creación en servicio. Cada lección se convierte en un viaje hacia la comprensión de la armonía universal, donde lo abstracto y lo tangible se encuentran, donde la exactitud y la intuición coexisten como danza de precisión y belleza.
En esta tribu, la ciencia y el espíritu se entrelazan, revelando que todo conocimiento es también un acto de amor: amar el cosmos, amar el pensamiento y, sobre todo, amar el reflejo que uno mismo es en todo lo que existe.
Son los guardianes de los cielos, los responsables de llevar las cuentas astronómicas, de leer los movimientos del Sol, la Luna y las estrellas como quien lee un libro sagrado. Cada amanecer y cada ocaso se convierten en lecciones, cada eclipse es un portal que les permite abrir la mirada interior y guiar a los demás hacia la conciencia del tiempo y del cosmos. Ellos organizan el Festival de las Luces, que se celebra en la penúltima luna nueva del año o durante los eclipses solares, momentos que invitan a los habitantes de la ciudad Corazón a mirar más allá de los ojos, a ver con la profundidad del alma. Estas fechas marcan transiciones profundas, la entrada hacia lo desconocido, recordando que cada sombra es un maestro y cada revelación, un regalo. Agrícolamente, noviembre se convierte en un tiempo de pausa, reflexión y preparación, ideal para encender la lámpara interior y dejar que la luz propia ilumine los rincones del ser. Durante el eclipse, se recuerda que la vida transita entre la oscuridad y la claridad, y que la creatividad surge de la capacidad de abrazar ambos.
En Luz se guía la energía durante los Eclipses Solares y Lunares. Cada movimiento de la luz, cada alineación, cada sombra proyectada es cuidadosamente observada y armonizada, porque el equilibrio del cosmos repercute en el equilibrio de la ciudad Corazón. Son maestros y maestras del electromagnetismo y de la alquimia, explorando la energía sutil que conecta los elementos y los corazones de todos los habitantes. Aquí se practica la infinita capacidad creativa del Ser, saliendo de la caja de creencias limitantes y descubriendo nuevas perspectivas que antes parecían imposibles. Se refina el poder de crear, de diseñar mundos y realidades, de convertir ideas etéreas en estructuras tangibles, en arquitectura del espíritu.
Es el lugar de los diseñadores y arquitectos que encontraron el primer diseño de todo dentro de sí mismos, que comprendieron que la forma, la luz y la proporción son reflejos de la armonía interior. Tienen bajo su cuidado la luz de la ciudad Corazón, regulando las lámparas nocturnas para que la oscuridad despliegue su belleza y el cielo estrellado sea un espejo del corazón de cada habitante. Son también los responsables de la escuela de Tecnología y Comunicación, donde la innovación se encuentra con la sensibilidad; y contribuyen a la escuela de Bio-construcción, enseñando que toda estructura física es un reflejo de la estructura interna del Ser.
La enseñanza secreta de esta tribu es la filosofía del espejo, aplicada en todos los niveles: físico, emocional y espiritual. Cada gesto, cada palabra, cada pensamiento se convierte en un espejo que devuelve la verdad del ser. Se aprende a ver en los otros aquello que también habita en uno mismo, a percibir la luz y la sombra de cada alma como un reflejo de la propia. Cada acción, cada intención, genera ondas que vibran en la red infinita del cosmos, revelando la interconexión sagrada de todos los elementos, de todas las tribus y de todos los mundos. La mirada se vuelve doble: observa y revela, recibe y proyecta; aprende a equilibrar la luz que irradia con la sombra que enseña, reconociendo que ambas son maestras indispensables en el camino del crecimiento consciente.
En Luz se cultiva la humildad mientras se contempla la majestuosidad del universo reflejada en cada acto, en cada encuentro y en cada creación. Se recupera y expande el poder personal recordando que cada ser ya es la manifestación de lo más divino. Se aprende a discernir con claridad, a reconocer lo eterno en lo efímero, a tocar con la mirada y con la palabra la esencia que se encuentra en todo. La percepción se agudiza y se transforma en sabiduría viva: la comprensión de que cada encuentro, cada relación, cada experiencia es un espejo que invita a la reconciliación, al amor incondicional y al respeto profundo por la existencia.
Se aprende a ver más allá de lo evidente para hallar lo que siempre ha estado ahí: en cada mirada, en cada sueño, en cada instante que respira la vida. Se practica la veneración hacia la existencia y hacia cada ser, reconociendo a todos como reflejos del propio espíritu. La verdadera maestría no se mide por la acumulación de conocimiento, sino por la capacidad de integrar la luz interna con el mundo exterior, de convertir cada acción, cada creación, en un reflejo consciente de lo divino. Aquí, en la tribu de Luz, se comprende que la ciencia, la percepción y el amor no son caminos separados, sino un mismo río que fluye en armonía, guiando cada paso dentro y fuera de la Ciudad Corazón, iluminando todo aquello que toca con claridad y reverencia.
Doce ciclos lunares transcurrirán en total para completar el recorrido por todas estas tribus, cada uno marcado por aprendizajes, desafíos y revelaciones que laten en sincronía con el cosmos. Cada ciclo es un umbral, un viaje hacia la comprensión más profunda de uno mismo y del mundo, un tejido de experiencias que entrelazan la fuerza de la Tierra, la fluidez del Agua, el fuego de la Pasión, la ligereza del Viento, la vibración del Sonido y la claridad de la Luz.
Al culminar el caminar por la última tribu, se otorga la ciudadanía de la Ciudad Corazón, un reconocimiento que no es un fin sino un nuevo inicio. Esta ciudadanía trae consigo beneficios que no son posesiones, sino oportunidades sagradas: oportunidades para servir más plenamente, para compartir sin medida, para irradiar lo aprendido, para convertirse en un canal de transformación para otros y para la totalidad de la Ciudad.
Sin embargo, antes de gozar plenamente de esta ciudadanía, aún queda un ciclo lunar más: un tiempo de reflexión y preparación final, de integración consciente de todo lo recorrido, de abrazar el legado de cada tribu y de reconciliar los aprendizajes con el propio ser. Este último ciclo es un espacio sagrado, un puente entre el aprendizaje y la acción, entre el conocimiento recibido y la creación de nuevas experiencias. Aquí se reconoce que la ciudadanía no es un título, sino una danza continua de conciencia, servicio y amor.
Tribu del Silencio

La última tribu, y también la primera: la que abre y cierra ciclos como el aliento del universo. Este es el ciclo lunar número trece, el umbral donde todo aprendizaje converge y, al mismo tiempo, el primer aliento de una vida renovada. Todo comienza en el silencio, y en él se sostienen estos días: un silencio vivo, vibrante, pleno de escucha, de presencia y de atención. Los hijos del Silencio caminan entre la ciudad Corazón como sombras de luz serena, participando en las labores comunitarias, compartiendo el pan, el trabajo y la mirada, pero dejando que la palabra se disuelva, que los pensamientos se aquieten y que los sentidos se expandan.
Es un silencio que no es vacío, sino lleno de vida; un silencio que respeta, acoge y observa; un silencio que deja que el corazón hable sin intermediarios. No hay juicio, ni prisa, ni imposición. No hay ruido que opaque la música de la respiración, el susurro del viento entre los árboles, el latido de la tierra bajo los pies. La risa, el suspiro, el asombro y la admiración no son palabras: son manifestaciones de la conciencia pura, del contacto directo con la esencia de todo lo que existe. Aquí se aprende que escuchar es un arte, que permanecer en silencio es una maestría y que en la quietud se despliega la visión más profunda, la que atraviesa la ilusión y revela el pulso eterno de la vida.
Son maestros y aprendices del arte sutil del dejar ir y del dejar ser, guardianes de la quietud que permite a cada esencia desplegarse sin imposición. Aquí se aprende que la importancia personal no se mide por el ruido exterior, sino por la capacidad de sostenerse en el centro del propio ser, firme y sereno, como un árbol que se inclina ante el viento sin romperse.
En este proceso, se amará tanto el día como la noche, la luz como la oscuridad, sin juicios ni connotaciones de moralidad; se reconoce que cada instante, cada sombra, cada brillo, es parte de la totalidad. Se deja que la luz brille en toda su magnificencia, sin opacar nada, y se contempla la oscuridad con reverencia, sin buscar iluminarla; se descubre que su belleza es igual de profunda, igual de indispensable. Así, se comprende que cuanto más profunda es la noche, más brillan las estrellas, recordándonos que la grandeza surge de la integración, de la complementariedad, de la danza eterna de opuestos.
Aquí se unen el sagrado masculino y el sagrado femenino dentro de cada individuo, entrelazándose en un abrazo silencioso que nutre la paz y la armonía interior. Se reconoce el Yin y el Yang no como fuerzas enfrentadas, sino como dos corrientes que fluyen juntas hacia la manifestación del Tao, el flujo ininterrumpido de la vida, la energía primordial que sostiene a todos los Corazones y conecta a los habitantes con la totalidad del cosmos. Cada respiración, cada gesto, cada pensamiento se vuelve un acto de reverencia hacia el misterio de la existencia, y se aprende que en la calma absoluta se revela la sabiduría que trasciende tiempo y espacio.
Su oficio principal es la meditación y el servicio, y en esa sencillez habita su grandeza. Son los guardianes de las flores, protectores de sus viveros sagrados, donde cada semilla se siembra con intención y cada pétalo es cuidado como un suspiro del Universo. Trabajan con la alquimia de los aromas, elaborando esencias, inciensos y fragancias que elevan los espíritus y armonizan los corazones, conectando lo tangible con lo etéreo.
Cultivan el amor hacia los pequeños detalles, sabiendo que la verdadera grandeza se encuentra en la sutileza y en lo invisible. La mayoría de sus contribuciones a la comunidad se realizan bajo el anonimato, sin deseo de reconocimiento, como el agua que nutre sin pedir nada a cambio. Se dedican a la contemplación profunda y a la escucha atenta, aprendiendo a captar la melodía silenciosa que recorre cada rincón del mundo.
En los días de fiesta principal del mes, se les permite compartir y hacer uso de la palabra, y cuando lo hacen, cada palabra es un eco de sabiduría, un canto que resuena en la conciencia colectiva. Se dan cuenta de que no hay nada que explicar ni demostrar: solo vivir y amar plenamente. Viven la experiencia de amar todo en silencio, en la quietud constante, y se permiten respirar y ser, reconociendo que el acto más sagrado es simplemente existir. Además, son los responsables de abastecer las flores durante los festivales del año, cada flor sembrada, cuidada y ofrecida como un acto de devoción silenciosa, un puente entre la vida terrenal y el éter, entre la humanidad y el cosmos.
Los Festivales de Gratitud, que emergen durante la floración esplendorosa de la primavera o al concluir la cosecha en los tiempos de Otoño-Invierno, son el espacio más sagrado de la Tribu del Silencio. Esta tribu no se sujeta a calendarios ni a fechas exactas; su presencia es profunda, flexible, y se adapta a los ritmos de la tierra, del cielo y del corazón de cada habitante. En estos momentos, se honra lo invisible: la paciencia del agricultor que sembró sin prisa, la armonía silenciosa de las flores que brotan, el murmullo sutil de la vida tras la abundancia, y el latido quieto de quienes sirven sin reconocimiento.
Son celebraciones de una delicadeza extrema, sin protagonismo, dedicadas a la contemplación y al servicio. Cada gesto, cada respiración, cada inhalación de incienso, se convierte en un puente hacia la dimensión invisible que sostiene a todo lo demás. Aquí, lo sutil se revela como lo esencial: la reverencia por la vida, el agradecimiento íntimo por lo que se recibe y por lo que se da, la conexión silenciosa con los ancestros y con la red infinita de la existencia. Los habitantes y visitantes aprenden a sentir que el acto de agradecer es un arte que no necesita palabras, donde el corazón vibra y se expande en cada gesto, en cada aroma, en cada sonido suspendido.
Durante estos festivales, la Tribu del Silencio guía con delicadeza, anclando la energía de la gratitud en los cuerpos y en el entorno. Son ellos quienes enseñan que la verdadera abundancia nace del reconocimiento silencioso de la vida y que cada acto de servicio, por mínimo que parezca, es un hilo que sostiene la trama del universo. En su quietud se revela la fuerza más poderosa: la fuerza de la atención plena, de la presencia absoluta, de la reverencia infinita por lo que es, por lo que fue y por lo que será.
Así, la Tribu del Silencio se convierte en la puerta y el origen de todo. La Luna 13 marca el final y, a la vez, el principio de una nueva vida. Cada hijo e hija del Silencio ha recorrido los caminos de las otras tribus, ha sentido la fuerza de la Tierra, la fluidez del Agua, la chispa del Fuego, la ligereza del Viento, la armonía del Sonido y la claridad de la Luz. Ha aprendido que cada elemento, cada enseñanza, cada ciclo, es un espejo que refleja la infinita riqueza del Ser.
En el silencio, cada corazón descubre su propio ritmo, su propia melodía, su propia luz y sombra. Se reconoce la danza de la vida en cada gesto, la vibración de lo invisible en cada instante, y se comprende que servir, amar y observar no son actos separados, sino una misma energía que atraviesa todo lo que existe. La gratitud se vuelve respiración, el servicio se vuelve canto, y la contemplación se transforma en acción silenciosa que sostiene a toda la ciudad Corazón y a todas las demás que existen en el universo.
Al concluir este ciclo, se otorga la ciudadanía plena: no como un premio, sino como un reconocimiento de que el camino recorrido ha activado el compromiso con la vida, la consciencia y la creación. Cada ciudadano de la Ciudad Corazón ha aprendido que la verdadera libertad no es poseer ni mandar, sino elegir servir y amar en cada momento, con cada aliento, y regresar siempre al corazón del Silencio cuando la vida lo requiera.
Y así, los portadores de la Luna 13 recuerdan que el ciclo nunca termina: cada paso es oportunidad, cada respiración es un portal, cada mirada es un espejo. La ciudad respira con ellos, y ellos con la ciudad. La eternidad está contenida en lo pequeño, lo invisible y lo sencillo. El Silencio, que al principio parecía quietud, es en realidad el movimiento más profundo: el latido invisible que une todo, el puente entre el ayer y el mañana, el espacio donde los sueños y la consciencia se encuentran para crear la vida que siempre ha estado esperando manifestarse.
Una vez que el corazón ha sido plenamente aceptado como ciudadano de la Ciudad Corazón, y tras culminar el último ciclo lunar en la Tribu del Silencio, se abre la oportunidad de elegir la tribu en la cual desea residir. Esta elección no es sólo geográfica, sino un compromiso del alma: servir, aprender y vivir en armonía con esa tribu durante un ciclo de 1 a 7 años, permitiendo que la vida y la enseñanza fluyan en consonancia con el tiempo y la energía del lugar. Al concluir este periodo, cada corazón puede optar por continuar en la misma tribu o explorar nuevas experiencias en otra, siempre guiado por su propia intuición y deseo de crecimiento. Solo en casos excepcionales, con autorización del Consejo General o por petición especial, se permite un cambio anticipado, asegurando que las responsabilidades y el equilibrio de la comunidad permanezcan intactos. Para partir de la ciudad, basta presentar un aviso al consejo local, para que otro corazón pueda ocupar con respeto y cuidado el lugar que se deja.
Se recomienda recorrer este viaje en solitud, para escucharse a uno mismo y descubrir los misterios internos, aunque cada quien decide cómo vivir su experiencia. Las familias y parejas también son bienvenidas a transitar juntas, compartiendo la riqueza de esta aventura consciente. Lo que une a todas las tribus, más allá de la diversidad de sus dones y enseñanzas, son las horas de trabajo común: 2 a 4 horas diarias dedicadas a los viveros, la tierra y la vida que allí florece. Es en estos momentos donde la comunidad se encuentra, donde se tejen relaciones profundas y se aprende a sentir la conexión con todo ser y con la tierra misma. Para los huéspedes y caminantes, los espacios de encuentro se multiplican: la cocina, el fuego del hogar, los festivales de abundancia, y los frutos del esfuerzo colectivo se convierten en rituales que celebran la generosidad, la cooperación y el amor compartido. Allí, entre manos entrelazadas y sonrisas cómplices, cada corazón recuerda que la verdadera riqueza no se mide en posesiones, sino en la vida compartida y en la consciencia expandida que nace del encuentro con otros.
Pero lo más importante en este momento es que no olvides nada de esto; que lo guardes muy profundo en tu corazón para que este sueño se convierta en tu realidad.
“¿Por qué ha sido otro el camino que hemos tomado?” Fue la pregunta surgió en mi interior. Contemplar tal sistema me hacía creer que era simplemente obvio; sólo mirar la naturaleza era suficiente para entender que así evolucionaría una sociedad pensante. Parecía ser más complicada e irreverente la realidad en la que me encontraba antes de llegar aquí.
Como los instantes previos al despertar de una larga noche de sueño, pude percibir a mis sentidos volverse a mi cuerpo, aquel que había dejado en aquel lugar del que ya me había olvidado. Sentí un suave cosquilleo en el cuerpo, una clara sensación de temor, por dejar atrás este perfecto espacio, por que el recuerdo de mi experiencia se evaporara como lo hace el agua. En un intento por sostener el momento, dirigí mi consciencia hacia mi pecho, aquietando lo que aún percibía como mi respiración y que en aquel mundo se manifestaba como energía, como luz. Como una sensación de caída libre, me encontré desplazando la consciencia nuevamente, con una actitud de rendición y completa certidumbre de que todo estaba bajo control.
Decidí aceptar la dicha de aquella experiencia sin cuestionarla, sino abriéndome a la vivencia sin necesidad alguna de controlarlo.
Deseé con todas mis fuerzas quedarme en ese eterno presente, donde no había ni ayer ni mañana; que los retratos surgidos de aquel viaje quedaran por siempre en mi corazón. Pero supe que no necesitaría quedarme ahí. Comprendí que todo había sido como mirar a través de una ventana hacia un mundo desconocido, eterno y existente. Sabía que eso era más que una idea o una fantasía, era un punto en el espacio-tiempo ubicado en una de las infinitas ramificaciones de la realidad imperceptible.
Lo había vivido, lo había sentido, sentí un recableo en mi sistema nervioso.
Y al igual que al inicio de mi viaje, confié en que regresaría para contar lo ocurrido.
Realmente brillante felicitaciones una bella visión que unida con la visión de otros conformara un proyecto de luz y amor, este texto me ha hecho pensar y creo que modificare algo del proyecto de EL EDÉN de ECO-ALDEAS INTEGRALES, sera grato trabajemos juntos este tema